miércoles, 26 de junio de 2013

El desencanto




No están tan lejos los tiempos de la picaresca, en los que fingiendo una enfermedad incurable o luciendo muñones, algunos se aprovechaban de la caridad o del buen corazón de las gentes, para sacarles los dineros, el sustento o el albergue.
Camuflados, ahora como entonces, bajo la repugnante capa de la corrupción reinante, proliferan los miserables sin conciencia, en un mundo de contradicciones y apariencias.
Practican sus mezquinos trucos engañando a la propia familia, a los amigos y a cualquiera al alcance de sus patrañas y enredos, sabiendo que en peor de los casos, solo perderán su simpatía, porque el tiempo sustituye a sus victimas por otros incautos que les escuchen. A cambio obtienen dinero, que gastan en placeres tacaños, porque no son capaces de salir de la miseria que arrastran.
No son los miserables de Victor Hugo, ni los pobres harapientos de los suburbios, ni los descamisados de la Perona; al contrario, pueden ir bien vestidos, con ropas caras que les permitan pasar desapercibidos en los círculos donde escogen a sus ingenuas víctimas y vivir así, condenados por la ira de los justos, de las gentes de bien que generosamente les entregan lo que dicen necesitar, los cuidados, y los ahorros, conmovidos por el afecto engañoso que éstos pícaros modernos aparentan.
Los pícaros pronto son descubiertos, aunque a veces sea demasiado tarde para recuperar lo entregado de buena fe mientras duró el engaño. Entonces llega la decepción por la confianza depositada de la que se aprovecharon vilmente, el desencanto irreparable al verse engañados de forma mezquina, al darse cuenta que todas las acciones y zalamerías del pícaro estaban orientadas a conseguir dinero o cosas de mera ostentación.
Éstos seres despreciables por su ambición, se resisten a ser repudiados cuando son descubiertos por sus presas, generalmente débiles y sensibles; y no cejan en su insistencia por recuperar a sus victimas, incluso con amenazas, aprovechándose de la confianza en ellos depositada.
Esta despreciable estafa o chantaje emocional, es especialmente dolorosa porque es una traición al corazón y a los sentimientos.
Aunque tienen nombre y apellidos, no se pueden denunciar ante la justicia, porque ésta no contempla los daños en el alma, ni el robo de la intimidad y la propia autoestima. El daño producido solo lo repara lentamente el olvido.

5 comentarios:

  1. Spa, tristemente el mundo está lleno de estafadores del alma, de mercaderes de los sentimientos.
    Y para ellos no hay castigo de la justicia, quizás en algún momento reciban una ración de su propio remedio. Espero.
    Bsazo

    ResponderEliminar
  2. Te diría que cada vez me resulta más arduo olvidar el daño producido a pesar del lento paso del tiempo...

    Bsazo!

    P.D. Pensé que se trataba de otro tipo de desencanto: es un alivio que esa éste ;)!
    By the by... ¿Ese loco lindo sobre la roca eres tú?

    ResponderEliminar
  3. Hola, Spa.

    No creo yo que los pícaros sean descubiertos pronto; no tienes nada más que leer la prensa.

    Me ha gustado mucho el alegato sobre los daños en el alma y estoy de acuerdo en que sólo el olvido repara el daño. ¡Precioso!

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Tiempos en los que la gente se aprovecha de los incautos. Aumentan ahora, en momentos convulsos...

    ResponderEliminar