miércoles, 9 de octubre de 2013

(III) DERECHOS RESERVADOS



(III) DERECHOS RESERVADOS

Al salir de la oficina, Raquel lo encontró tocando sus instrumentos en la calle. Con una rápida ojeada al dinero en la caja de la guitarra comprobó que tenía éxito o llevaba mucho tiempo en la esquina, bajo el sol, con la humedad de la tarde.
-¿Te va bien, no?, le dijo con su tono infantil que parecía envidiar el nuevo trabajo de Juan.
-No sé, lo voy a dejar por hoy, ayúdame a recoger las cosas.
Había pasado mucha gente por delante del músico callejero, unos indiferentes que parecían no verlo, otros que sonriendo dejaban alguna moneda y también, los que pasaban nerviosos porque se sentían avergonzados por no colaborar con él. Las familias con niños hacían corro y algunos se acercaban a la caja de la guitarra y otros se hacían fotos junto a él. No faltaba quién le hacía peticiones de canciones olvidadas y los que le hablaban como si le conocieran de antes, esperando una respuesta cuando dejase de tocar.
Se sentía a gusto con las gentes de todas las condiciones que lo rodeaban, turistas, jubilados, paseantes, parejas de enamorados, grupos de jóvenes que lo miraban con asombro y podría decir que fue una grata y solidaria experiencia, que le acercaba al mundo y se entendía con el lenguaje de la música. Algo que no había sentido antes, cuando tocaba el piano en el vestíbulo de "El ocaso de las Musas" el restaurante que le contrató en temporadas anteriores, donde no pasaba de ser más que un elemento de decoración acústica en el que nadie reparaba.
La sensación que tuvo al contar el dinero, fue más como un catalizador del efecto que su música producía en las gentes, que el jornal de una sesión de trabajo bien pagado. Aún así, comprobó que sería insuficiente para pagar el amarre del día en el puerto y además invitar a Raquel a cenar, pero no obstante, le propuso la invitación, pero ella no aceptó porque había comprado comida para cocinar en el barco.
Había caído la noche sobre el puerto y el azul de las aguas se había transformado en un oscuro colchón sobre el que yacían los esqueletos de los veleros con el tintineo de las jarcias entrechocando sobre los aparejos.

3 comentarios:

  1. ¿Ves?
    Va de transformaciones, de ondas que en el aire acechan mutándolo todo, tanto por fuera como por dentro...
    No hay mal que por bien no venga y aunque Juan se dedica a un menester necesario por lo vital, materialmente hablando, ha encontrado sorpresivamente, sensaciones inesperadas calando en su espíritu.
    Besos.

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  2. No sé porqué, pero me da que a pesar de todas esas sensaciones que refieres que siente el personaje, ese no es su lugar...

    Creo que necesita otro tipo de libertad...para volar...

    Y creo que por ahí me decantaré a la hora de pensar en un título...pero sigo pensando...es lo más que me cuesta, grrrr

    Besos

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