sábado, 26 de octubre de 2013

PORCA MISERIA

Es la hora entre dos luces, cuando un tono azulado se apodera de la tarde y la viste de otoñal melancolía. Desfilan lejanos recuerdos de la infancia en la casa familiar con mi gato Mus, a quien tanto quería y por no sé qué razón, aquel día, le propiné una patada que le hizo volar por los aires.
Hecho del que me arrepentí inmediatamente y aún el recuerdo me duele ahora. Fue en una tarde fría de octubre cuando, sentado en el suelo, dedicado a mis silenciosos juegos; entró bruscamente mi madre en la habitación, gritando como una loca, porque no encontraba la rodea de la cocina y entre maldiciones, juramentos y falsas acusaciones; me propinó un bofetón que me hizo ver las estrellas de colores. Me pilló por sorpresa, porque ella era cien veces más dulce que mi padre, que tenía un carácter áspero cuando llegaba a casa por la tarde, después de una larga jornada en el hotel de mala muerte donde trabajaba de chico para todo. Lo mismo estaba de botones, que le pedían pasar la noche entera en la recepción, subir una cena fría a una habitación de presuntos enamorados o atizar el carbón de la caldera de la calefacción central.
Aquel día aciago, uno de esos acicalados clientes de hotel barato, que van renegando de todo, por ver su vida errante, obligados por su infame trabajo, a sonreír a la fuerza a insoportables posibles compradores de los productos que no consigue vender. Había reservado una habitación individual y pidió hablar con el gerente de mantenimiento (como si en ese hotelucho existiera tal cargo), protestando por el frío que hacía en su habitación y pidiendo a voces el libro de reclamaciones, con la intención solapada de que le hicieran un buen descuento, pero en ese momento no había más personal en el hotel que mi padre y la limpiadora que hacía también de cocinera. Mi padre le atendió con sus respetos más serviles, indicándole que el problema se solucionaría en breve. Pero el cliente no se movió del mostrador de recepción y siguió con sus protestas a voces, llamando al superintendente, al jefe, al coronel del regimiento y a toda la corte celestial para que subieran a calentarle la cama. Mi padre no tuvo otra opción que entregarle el libro de reclamaciones, para que se calmase, al menos mientras escribía. Después de un breve silencio que fue la gloria en el pequeño vestíbulo del hotel, volvió el trueno de sus quejas. Mi padre pensaba...que se congele en la habitación, que caigan sobre él los miasmas de la gripe, que los espíritus de mil noches en ese cuarto lo estrangulen y lo dejen mudo...pero tuvo que sonreír.
Los clientes se arremolinaban frente al mostrador, cuando llegó la mujer del jefe, que inmediatamente ordenó a mi padre que llevase una estufa eléctrica a la habitación del protestante y se ocupase urgentemente de la calefacción. Al salir, pudo escuchar a la jefa que decía a los clientes:  -Esto pasa por estar rodeada de vagos que se encogen de hombros y descuidan sus obligaciones, no se preocupen que enseguida todo volverá a estar arreglado.
Cuando mi padre regresó al vestíbulo se encontró a la jefa con el cliente, hablando los dos al mismo tiempo como un par de beodos.
-Martinez, le dijo la jefa a mi padre,- ¿Cómo puede permitir que un cliente se sienta desamparado en el hotel?, Mi marido y yo, le dimos éste empleo, depositando en usted nuestra confianza, aún sabiendo que era un bruto que no sabía ni lo que pensaba; nos hemos esforzado en enseñarle el oficio y a tratar a la gente como Dios manda, pero al parecer usted no ha aprendido nada, por lo que nos vemos obligados a prescindir de sus inútiles servicios en esta casa.
A la hora del crepúsculo, mi padre llegaba a casa.
Desde mi habitación escuche los gritos que le profería a mi madre por no tener lista la cena, casi con las mismas palabras y el tono del cliente friolero del hotel. Luego dio un puñetazo en la mesa que hizo temblar los geranios y al poco tiempo fue cuando mi madre irrumpió en la habitación cerrando el círculo que me llevó a patear al pobre Mus que maullaba sin entender desde donde provenían los malos tratos por mi parte.

4 comentarios:

  1. Te sigo y te leo. Y nunca jamás dejas de sorprenderme. No hay letra sin sentido en cada escrito, y no hay escrito sin que no produzca un sentimiento. Me fascinas.
    Un enorme abrazo sincero.

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  2. Jo...
    Supongo que esto es tan real como la vida misma y duele, como lo hace tantas veces la vida misma.
    Todo es una rueda y lo que se recibe, se ofrece...las más de las veces, sin tan siquiera darse cuenta-quiero imaginar-
    Las frustraciones, sufrimientos e inseguridades hacen mella poco a poco y mientras lo hacen, destilan amargura, rencor, violencia...
    Toda esa amalgama se proyecta de la peor manera posible, padeciéndola el entorno,cercano sobre todo.
    Triste, muy triste retazo de infancia, querido Spaghetti.
    Seguro que Mus te perdonaría, porque los gatos son muy listos e intuyen la desazón o cualquier sentimiento de sus amos,digamos compañeros de vicisitudes.
    :)
    Hoy, no solo besos y muchos, también un abrazo acogedor cargado de cariño.

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  3. Spaghetti, tan real que duele, tan cierto que recuerda mis propias indignaciones. Narrado tan magistralmente que no pierdes ni un detalle porque haces estar allí presente, hasta casi sentir el dolor del gato tras la patada, como todas esas patadas que nos vienen injustas del mundo hipócrita.

    Bravo¡

    Besos de admiración, muchos y fuertes ♥♥♥

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  4. Los círculos se repiten hasta que alguien consigue hacer el supremo esfuerzo de romperlos. No es fácil.

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