domingo, 2 de febrero de 2014

En el paseo




Hacía tiempo que no lo hacía. Pero volví a sentarme en el banco del paseo a imaginar la vida de los transeúntes que pasaban delante. Un pasatiempo entretenido que aviva la imaginación y me ponía en contacto con el mundo. Lo curioso es que con el paso de los años solo hayan cambiado las modas, y ni siquiera eso, porque parece que se repiten; la moda nace caducada.
Pasan unos estudiantes que no usaron una camisa desde que hicieron la primera comunión. Sobre las camisetas caras, por las marcas y la publicidad que lucen, llevan en bandolera bolsos que alivian la carga de los pantalones que se caen ya por su propio peso a mitad de las nalgas.
En la otra dirección, se apresura una joven haciendo que habla por teléfono para espantar el terror a la vida.
Unos inmigrantes deambulan ociosos discutiendo en lenguas extrañas y no podía faltar, a esas horas en que la mañana se confunde con la tarde, el camarero en su día libre, que aprovecha para hacer gestiones de bancos y papeles.
A paso lento se acerca un matrimonio a mi banco que me saca de mi nube y me obliga a desplazarme para hacerles sitio. Ya nada era lo mismo. Tuve que emplear el disimulo, como si esperara a alguien o hiciese tiempo para ir a alguna parte. Además su silencio resultaba inquietante. Debían de llevar juntos muchos años y parecía que en algún momento de sus vidas  se habían querido, pero ya se lo habían dicho todo y no tenían nada nuevo que contarse. Quizás se conocían demasiado para suponer la reacción del otro, en el caso de que uno hablase, y el silencio era la mejor forma de evitar las consabidas discusiones que acarrean las palabras y las afirmaciones. Habían compartido felizmente los malos tiempos de trabajo duro, frío en casa y comida escasa, cuando había algo por lo que luchar y que al llegar la jubilación todo eso hubiera desaparecido, como desaparecieron los hijos que tuvieron, demasiado ocupados en continuar con la estirpe o estresados por mantener un trabajo que se extingue.
Ambos miraban al vacío o el vacío se había instalado en sus miradas perdidas que atravesaban  el trasiego de viandantes como si hubieran perdido la esperanza de encontrarse con un conocido que les saludara.
Yo empezaba a sentirme incómodo al lado de la mujer encogida, aunque por el rabillo del ojo, podía observar, por encima de su cabeza, la gélida inmovilidad de su marido. No me sentía dispuesto a empezar una absurda conversación con dos estatuas mientras el paseo bullía de vida y acción, y decidí levantarme y seguir mi camino a ninguna parte.

4 comentarios:

  1. Mejor solo que extrañamente acompañado...la percepción no suele engañar, hay de bancos que lejos de querer irte cuando alguien se sienta junto a tí, estas con una libertad acompañada, algo bastante dificil,

    Besos cálidos ♥♥

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  2. Triste historia, aunque quizá se querían más de lo que tu podías percibir (o no), aunque también es cierto que a esas edades los afectos no se muestran como cuando se es joven, pero eso no significa que no estén en sus corazones.

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  3. Yo también a veces me siento en el parque a observar (imaginando sus vidas) otras, me siento a meditar o a leer.

    Hicise bien, quizás esta pareja estaba esperando que te fueras para empezar a discutir sobre algún tema.

    Un beso

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  4. Resulta un buen ejercicio imaginar las vidas de aquellos que están a tu alrededor y zambullirse de cabeza en la realidad para encontrar material para la escritura.

    Un beso, Spa!

    Fer

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