domingo, 11 de mayo de 2014

La Sospecha (III)


... Continuación (II)

Algunas veces Sara se preguntaba qué sucedería el día en que el infortunio se instalase en su vida, como había visto suceder en cabeza ajena, en otros artistas a los que la vida les daba la espalda, después de mantenerlos durante breve tiempo en la gloria. Pero nunca se lo había planteado seriamente, aún siendo algo que podía suceder en cualquier momento y sin previo aviso. Algunos consiguieron salvarse, pero muchos otros cayeron en la desgracia.
Ahora se sentía desamparada, No quería recurrir a sus amigos de cafés y comilonas, que podrían utilizar su calamidad como escarnio a sus espaldas, y si alguna ayuda recibía de ellos, la tendría que pagar con creces.
Esperó las noticias de su hermano en España, en su habitación del "Standard High Line". Aún conservaba las tarjetas de crédito con saldo suficiente para toda la semana y tenía todo el tiempo del mundo.
Llamó otra vez a su hermano Luis, pero nunca contestaba nadie. Se secó las lágrimas que nacieron del abandono y se miró al espejo. Vio el reflejo de una mujer débil, la piel pálida, aún no mostraba los surcos del tiempo y quiso superarse a sí misma con un ligero toque de maquillaje y una falda larga ajustada a su talle, decidida a conocer Manhattan y las posibilidades que podía ofrecer Broadway a una pianista reconocida.
En el primer local con piano le ofrecieron una cantidad ridícula de dinero por tocar cuatro horas durante la noche, y ella acepto sin miramientos. Al salir de aquel club, Sara había perdido la noción del tiempo; cosa frecuente en "la ciudad que nunca duerme", las calles seguían habitadas, como a cualquier hora del día o de la noche. Unos mendigos compartían un cigarrillo, un grupo de asiáticos hacían fotos a las luces de neón que anunciaban marcas de bebidas, excursiones dirigidas deambulaban con sus guías entre los edificios, las risas entraban y salían de los locales abiertos en turnos de 24 horas, de las puertas de los comercios colgaban prendas y camisetas con un corazón rojo estampado entre las letras I (love) NY, y el tráfico era espeso, de cada cuatro coches uno era amarillo y Sara decidió tomar uno de esos taxis conducidos por un hindu sij con turbante y barba, para regresar a su hotel. Cuando sacó el dinero para pagar, se dio cuenta de que alguien había dejado un billete de cien dólares en el bote de las propinas, por lo que entró más animada al vestíbulo del hotel. Con la llave de la habitación le entregaron una copia de la reserva a su nombre para el vuelo a España y una nota de su hermano Luis.












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