sábado, 4 de octubre de 2014

GORONDO




Ronda la paloma sobre la muralla que encerró el amor eterno.
Trae el laurel que le dio el río para coronar a la reina de Gorondo, el país de los invisibles soñadores.
Los que arrojan la soledad en el lecho de luz azul que recorre los refugios perdidos,
Huyendo de no se quién ni de no se qué, llegué a Gorondo, donde nadie me reconocería.
Seré un hombre invisible más, me decía. Cada uno tiene su camino y nadie es ejemplo de nadie, en Gorondo no hay caminos.
Viaja la felicidad en el tiempo recuperado por la memoria, en una pacífica balsa que se adormece entre el manso piélago de las horas nocturnas y el silencio.
La reina de Gorondo adivina los deseos secretos y se adelanta para que se cumplan. Siempre en vigilia, atenta a sus invisibles súbditos, con las cicatrices permanentes e invisibles que dejó el amor y el dolor, en el país de los soñadores invisibles. Vuela con el deseo que acompaña a la moneda lanzada de espaldas al estanque, y desciende ondulante con la esperanza que resucita los amores dormidos en las dulces aguas de la afortunada suerte.
Veloces los días se evaporan como tormentas de estío sobre la ruta del norte. Se deshacen las grises nubes que hacían el camino sombrío hasta el balneario de Corconte. Como una Venus surgida de las aguas, emerge envuelta en la gasa de los sueños y lanza la paloma hacia el verdugo que se desploma desde la atalaya, para regresar con los laureles, desde el río a la muralla en eterno viaje hasta después de la muerte.

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