miércoles, 21 de enero de 2015

SIN PENSAR




Hoy he vuelto a la terraza del mar, donde solía escribir y pensar en lo que me trajo hasta aquí. Me inspiraba en la brisa marina y el perenne rumor de las olas, añorando un amor lejano, como si alguna vez lo hubiera tenido y el tiempo me lo hubiese arrebatado.
Hay una pareja de músicos con dos guitarras bajo el toldo. Podría decirse que son algo más que una pareja artística, por cómo él la mira mientras ella canta una vieja canción de Kris Kristofferson. Hay también, un poco más lejos, una joven madre, de hermoso cuerpo, jugando y riendo con su pequeña niña, que le trae conchas recogidas en la arena.
Hoy no he venido a pensar, solo a mirar y siento el alivio que me produce el hacerlo. Veo cosas de verdad, no como las visiones engañosas de un sueño. Por el camino, he desplegado los sentidos. He respirado el aroma que se desprende de la tierra en perfecto maridaje con la madreselva y la hierbaluisa. He acariciado los damascos que se exponen en el mercado de cortinas y alfombras colgantes. Y ahora me he dejado envolver por el canto de dos guitarras.
Miro al sol que va cayendo entre las nubes del horizonte, creando intensos arreboles y me sorprende que todo esto, que se repite o se imita cada día, haya permanecido oculto en mi ceguera.
Todo lo pensado, analizado o deducido, me parece un engaño o una traición de la memoria, que en pleno delirio crea sombras que ocultan lo por vivir. El simple gesto de abrir los ojos y dejarse llenar de lo que hay, de lo que es, a través de las pupilas, parece haberme curado del terror de una vida teledirigida, o manipulada por los fantasmas que crea la indignación.
Desorientado como un viajero en una ciudad extraña, que aún reconociendo la realidad que me rodea, no encontrara una referencia que me devuelva a mis orígenes; avanzo a tientas por los mágicos caminos que me ofrecen los sentidos.

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